Hace falta guáramo en la vida para tomar ciertas decisiones. Terminar una relación es una de ellas. Se requiere de una gran fuerza y determinación. Pero siempre habrá secuelas.
Ese guayabo sentimental que queda cuando se da por terminada una relación, no se elimina de la noche a la mañana. Particularmente quisiera no tener que pasar por estas cosas en la vida.
Comienzan a retumbar en mi mente muchas preguntas:
¿Y si las cosas hubieses sido diferentes?
¿Si no le hubiese dado tanta importancia a determinados problemas?
¿Será que la vida puede ser más simple y no preocuparnos por determinados asuntos?
¿Por qué no se llega a una comprensión del problema y se pasa la página?
¿Por qué anteponemos nuestro propio interés (casi siempre egoísta), para alejarnos de una persona que queremos tal como es?
¿Qué nos impulsa a tomar decisiones que hieren a las personas que queremos?
¿Cómo se puede reparar el daño?
Muchas de estas preguntas no tienen ninguna respuesta. Tenemos que aceptar que las decisiones que tomamos tarde o temprano tendrán una consecuencia negativa o positiva.
Tengo la sensación de que soy la responsable de que varias personas la hayan pasado mal. Con este escrito no creo lograr nada; pero por lo menos sirve de catarsis para reflejar que es necesario aprender de los errores cometidos. Nunca se llega a saber con precisión cuánto daño se ha hecho y cuánto daño nos han hecho con determinadas decisiones.
Cada persona asume las decisiones en la vida de forma distinta. Unos enfrentan la ruptura como una oportunidad para comenzar de nuevo, otros se quedan atrapados en una perpetua nostalgia, pensando en lo que no fue y puedo haber sido. Los más osados se atreven a repetir con una nueva o incluso con la anterior pareja.
Siempre he creído en el poder del perdón; pero cómo nos cuesta aprender a practicarlo. Siempre he creído en el poder del amor; pero cómo nos cuesta aceptarlo.
A veces es más fácil amar que dejarse amar.
sábado, 30 de junio de 2007
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